Lágrimas por Camboya

Después de pasar 10 meses viviendo en Phnom Penh, te das cuenta que Camboya se encuentra en un momento delicado.

Quizás sea uno de los países junto con Myanmar más auténtico y menos desarrollado del Sudeste Asiático. Ésto es debido sobre todo a la tardía guerra civil que vivió el país, y al genocidio cometido por Pol Pot y sus Jemeres Rojos.

Pol Pot y los Jemeres Rojos (Khmer Rouge en francés) tomaron violentamente Phnom Penh en 1975 ganando una larga guerra civil y derrocando al mariscal pro-occidental Lon Nol, que fué colocado en el poder por los Estados Unidos (a modo de títere), para tener algo de control sobre la zona (intentando así evitar la propagación de más regímenes comunistas tras la guerra de Vietnam). En última instancia los americanos también tuvieron que retirarse, llevando a Lon Nol a ceder definitivamente Phnom Penh a los Jemeres Rojos. Éstos últimos a su vez, fueron alentados y apoyados por el odio «anti-americano» de miles de camboyanos que habían visto como Camboya había sido salvajemente bombardeada aún declarándose neutral, durante la guerra de Vietnam.

El pueblo recibió con alegría el derrocamiento de Lon Nol y la retirada de los americanos. Pero el régimen de los Jemeres Rojos, lejos de traer la paz al pueblo después de la devastadora guerra civil, convirtió toda Camboya en un sangriento experimento maoísta y estalinista. Una violenta y desequilibrada dictadura utópica y genocida, plagada de campos de concentración, torturas, limpieza étnica y ejecuciones masivas, y sobre todo ruralización y trabajos forzosos en el campo de toda la población. Las ciudades desaparecieron.

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Pol Pot y los Jemeres Rojos, gobernaron de 1975 a 1979 la llamada Kampuchea Democrática, y el comienzo de este nuevo régimen fue llamado Año Cero; y aunque su oscuro delirio sólo duró 4 años, en este tiempo acabaron con la vida de entre 2 y 3 millones de camboyanos, prácticamente un cuarto de la población del país.

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Ojo, porque hoy en día ¡El 70% de la población de Camboya es menos de 25 años!

Si bien esta locura genocida fue abortada en el 1979 con la invasión Vietnamita de Phnom Penh; hasta bien entrado 1995 los Jemeres siguieron actuando como guerrilla, cometiendo raptos y asesinatos, escondidos en las montañas más remotas de Tailandia. Año en que se descubrieron las más de 20 mil fosas comunes que dejaron por toda Camboya.

Hoy en día, esta pesadilla está más que acabada. Pero el legado de los Jemeres Rojos va más allá de lo visible a simple vista. Lejos de la locura de tiempos atrás, Camboya se enfrenta hoy a otro tipo de devastación…

Una sistemática corrupción y saqueo del país son ejercidas impunemente por el actual gobierno de Camboya y las élites que pululan y se enriquecen a su alrededor.

La primera consecuencia de ésto es que el país ha perdido el 70% de sus bosques en los últimos años. Y parece ser que las cosas no van a cambiar.

Los constructores y los especuladores sin escrúpulos campan a sus anchas por todo el país. Ya sean camboyanos, chinos, vietnamitas o rusos, la nacionalidad es lo de menos. El panorama es desolador. Basta una jugosa mordida, para desecar un inmenso lago, talar el  último bosque centenario, o expropiar a unos humildes campesinos. Los propósitos: construir una mega fábrica de producción de ropa para satisfacer el «hambre voraz» de Occidente, quizás un nuevo casino, enormes plantaciones de caucho en las últimas selvas del éste, o cualquier tipo de interesada infraestructura privada.

Apenas si quiera merece la pena nombrar la extinción casi total de los últimos tigres, elefantes salvajes u osos malayos y la desaparición de los bosques donde vivían. Este modelo del pelotazo aparte de de destrozar el país y su naturaleza, no ofrece soluciones a sus gentes. Es más, atenta gravemente contra el futuro del turismo, uno de los pocos motores económicos y el predominante en todos los países del Sudeste Asiático.

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La capital se lleva la palma. Un pequeño paseo por Phnom Penh basta para darte cuenta como la ciudad avanza a golpe de nueva mega construcción sin ninguna planificación  urbanística. Un pelotazo tras otro, sin pensar para nada en el día a día de sus habitantes ni en la habitabilidad de la ciudad. Obras por doquier, polvo y ruido. Ausencia total de parques o zonas peatonales, cero transportes públicos y un tráfico anárquico  y totalmente caótico, son la peor carta de presentación del país.

Los ricos cada vez más ricos, pasean sus coches de lujo entre las polvorientas y destartaladas calles, yendo de restaurante en restaurante sumidos en una burbuja tan falsa, como su sensación de occidentalidad y progreso. Todo se mezcla en Phnom Penh de una manera tan salvaje, lo nuevo y lo viejo, que es difícil no quedar impresionado.

Es curioso ver que la globalización lo primero que trae son las miserias y las vergüenzas de nuestro capitalismo exacerbado. ¿Cómo es posible que alguien quiera pagar 7 dólares por un café en Starbucks, cuando es imposible salir de allí con tu café en la mano porque no existe una simple acera donde pasear tranquilo?…

No sólo la capital llora por dentro. Las provincias sin acercarse ni de lejos a la supuesta «modernidad» de Phnom Penh, sufren los embates de los terratenientes, que lejos de crear belleza en el país, se afanan por conectar con el lado más oscuro, feo y egoísta del progreso.

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Son pocas todavía las carreteras que vertebran hoy Camboya. Pero son estas vías de asfalto el instrumento más preciso de las élites para drepedar y desolar este fantástico país… Y poco a poco estas nuevas carreteras irán llegando… A cada aldea, a cada villa perdida… a cada bosque lejano… a cada playa remota.

Llora Camboya, llora el Planeta Tierra.

 

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